15/3/18

Le dispararon a las piernas cuatro tiros, y se fueron a comer con la amenaza de volver y matarlo si no entregaba la bandera republicana. Felipe fue rematado por los matones en su propia casa delante de la familia

"(...) Hasta los diez años Emilio Hernández vivió en Casillas de Flores, donde asistió a la escuela, con provecho, pues aprendió a leer, escribir y contar con soltura. Tenía ocho años cuando estalló el Movimiento y vivió de cerca la agonía de un familiar ejecutado en una detención sangrienta, Felipe Rastrero Antúnez, en parte conocida gracias precisamente a su testimonio (Iglesias, Represión franquista: 1.2.3; “Secuelas vigentes del franquismo” del 27/04/2017). 

Su información de entonces no alcanzó a todos los efectos perversos de la persecución de Felipe, en la que se vieron gravemente afectados también dos de sus hijos, José y Manuel Rastrero González, aunque no perdieran la vida entonces. En cambio, Emilio guarda fresco el recuerdo de aquella experiencia temprana. 

Los falangistas fueron a registrar la casa de Felipe, exigiendo la entrega de una bandera del partido socialista. No la encontró, o no la quiso entregar. Los victimarios le dispararon a las piernas cuatro o seis tiros, y se fueron a comer “donde Gonzalo el del Bar de la Plaza”, con la amenaza de volver y matarlo si no entregaba dicha insignia. El herido se desangraba, y sus familiares lo vendaron y lo metieron en la cama. 

La esposa mandó al informante, sobrino suyo, a buscar al médico, que no quiso acudir. Y Felipe fue rematado por los matones en su propia casa delante de la familia. Esta víctima estaba emparentada con otro informante, Vicente Carballo, que globalmente corrobora la versión de Emilio (CdF 2008).

Este informante ha estado atento a la transmisión oral de la represión vivida en su entorno local y comarcal, según la cual en la eliminación de este y otros vecinos habrían participado falangistas de Casillas de Flores, que también actuaron en los asesinatos cometidos en Fuenteguinaldo y en los conatos de Navasfrías en las primeras semanas de agosto de 1936. 

Había una copiosa “lista” de víctimas elegidas, que habría aligerado el sargento de la Guardia Civil de otro pueblo, por estar casado con una mujer de Casillas y ver en el listado el nombre de un cuñado suyo en tercer lugar, y al final varios sacados se librarían en el viaje macabro, porque quienes los llevaban los habrían dejado escapar, aunque esto solo es conjetura. 

El octavo lugar de la nómina lo ocupaba el propio padre del informante, Francisco Hernández, a quien, por aquellas fechas, un tal “Gallina le metió la escopeta en la boca”, en presunto simulacro de ejecución. Otro día se salvó de lo peor, gracias al aviso de una persona recientemente fallecida, compañera de la infancia y vecina de Emilio, de nombre Ángela. 

Cuando volvía del trabajo con su padre les dijo que “los estaban esperando a la puerta los falangistas”. Francisco tuvo que esconderse cerca de la frontera portuguesa con un hermano suyo, llamado Ángel, y dos primos. El propio informante les llevaba la comida, después de que gente amiga, en un carro de vacas, condujera a la madre y otros tres hijos, el mayor de ellos enfermo de meningitis (supra), a las Cuestas de Alberguería de Argañán.

A pesar de la tremenda paliza, Emilio no reveló el paradero desconocido para los perseguidores, que terminarían por enterarse y fueron a buscar a los fugitivos “cuando estaban trillando”. El dueño de la finca se interpuso. 

Y esta persona perseguida acabó de pastor del conde de Montarco (Eduardo de Rojas Ordóñez), dueño de Sageras, aunque esto sería más tarde, después de la guerra, cuando el informante tenía 14 años (1942). Francisco Hernández iba con las ovejas paridas y su hijo ayudaba, yendo con las machorras.

 A partir de los 10 años, Emilio siguió la carrera de los niños y adolescentes pobres de este territorio, sirviendo a diversos amos por la comida y poco más (la cagada de lagarto). Empezó cuidando cabras en una finca de Puebla de Azaba, donde era criado su padre, al servicio de Guillermo Montero, que era de los que habían tratado de implantar  allí el partido de Unión Republicana. 

Emilio ya no regresaría a Casillas de Flores, donde “había falangistas muy malos”, que en la época de la persecución del padre obligaron a “la abuela María” y a otras personas mayores que trabajaban en las eras a cantar el “Cara al sol”, como solían hacer aquellos bárbaros cuando no recibían encargos macabros. 

No tendría que viajar mucho para encontrar señores a quien servir, como Ángel Plaza, de quien fue criado en Sexmiro, hasta el servicio militar. Entonces empezó  de verdad a recorrer mundo, pues lo destinaron a Melilla y después a Alcalá de Henares, en el Regimiento de Caballería, nº 14.  (...)

A pesar de su carácter templado y pacífico, desde joven Emilio nunca tuvo relaciones fluidas con las autoridades religiosas y civiles de la España franquista. Si con el párroco local se atascaron en los prolegómenos de su matrimonio, con el alcalde se echaron a perder poco después de la boda, según cuenta. “Volvía de arar con su suegro, y la mujer le dice que el señor Justo le manda ir a su casa. Iba a venir el Caudillo a Ciudad Rodrigo a inaugurar un pueblo que han hecho. Hay que traer las camisas”. 

Se trataba de disfrazarse de falangista y participar en la acogida masiva y “espontánea” de Franco, el colonizador de las riberas del Águeda, que, después de una novedosa y gloriosa travesía fluvial, recibió una ofrenda verbal, algo redundante, prosaica y ramplona, pero grabada en una placa para imborrable memoria (hasta ahora): “Franco / Caudillo de España / al visitar el día 9 de mayo de 1954 las zonas de / riego del Águeda inauguró este pueblo que como modesta / ofrenda al jefe del Estado lleva el nombre de / Águeda del Caudillo / en prueba de gratitud por sus constantes afanes colonizadores”.

Emilio no quiso ir a hacer bulto en aquella pantomima, y por ello se quedó en paro forzoso, sin que le sirviera de mucho el tardío recuerdo de una lapidaria frase de su madre: “Nunca hay mejor palabra que la que hay por decir”. Y como tampoco había tenido nunca otros recursos que sus manos, siguió la corriente migratoria, dejando de lado la opción del contrabando, al que iba mucha gente en la Raya para tratar de sobrevivir. De hecho algunos quedaban cojos o mancos en la empresa e incluso perdían la vida a manos de la Guardia Civil, como en Casillas el hermano de una vecina suya. (...)"               (Salamanca al día, Ángel Iglesias Ovejero, 22/02/18)

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