"El 23 de enero de 1977 asesinaron a Arturo Ruiz en una manifestación
proamnistía en Madrid. Le tocó a él pero podía haber sido cualquier
otro. Tenía 19 años, trabajaba y estudiaba. Un adiestrado pistolero de
la ultraderecha le pegó dos tiros por la espalda. El asesino, José
Ignacio Fernández Guaza, no era un verso suelto, era un miembro de los
servicios de información de la Guardia Civil, según él mismo confesó
desde una población argentina donde vive con falsa identidad. Lo relata
con detalle Carlos Portomeñe, en el artículo que acompaña a esta
entrevista.
El hermano de Arturo, Manuel Ruiz, dedicó sus últimos años de vida a
reivindicar verdad, justicia y reparación. Quería que se supiera lo que
pasó y que se investigara a los culpables. La búsqueda le unió por el
camino a los familiares de otras víctimas de aquellos años de brutal
represión de las fuerzas del Estado que confabulados con la extrema
derecha intentaban enterrar las ansias de libertades. Así conoció al
hermano de Ángel Almazán, otro joven a quien la policía mató de una
paliza en 1976, y a otros tantos que fueron surgiendo del frío de
soledad y olvido. Juntos formaron el Colectivo de Olvidados por la
Transición que, junto a Atrapasueños Cinema, ha hecho posible el
documental Las armas no borrarán tu sonrisa. El título reproduce la frase que el padre de Arturo dejó escrita a mano en el dorso de una foto de su hijo.
La tenacidad de Manuel consiguió que Adolfo Dufour transformara la
denuncia en documental. Y que en esa denuncia se reconocieran las más de
200 personas asesinadas por las balas de quienes desde la impunidad
detentaban el patrimonio de las armas. Manuel, que es el motor e hilo
conductor de este documental, falleció pocos días antes del montaje
final de la película, pero sabiendo que estaba hecha. Compartió la
satisfacción con su oncólogo: “La película está acabada”.
Adolfo Dufour, guionista y realizador, ha dirigido cerca de un
centenar de documentales históricos, muchos de ellos para la serie de
TVE, Memoria de España. Aquel 23 de enero de hace 47 años,
Adolfo participaba en la manifestación proamnistía en la que asesinaron a
Arturo Ruiz y en las muchas que le sucedieron. “Te manifestabas
pacíficamente y te jugabas la vida. Tenías miedo, pero aún así ibas
adelante; era necesario luchar por las libertades y la justicia social
para acabar con la dictadura cruel que oprimía”. Por todo esto, cuando
Manuel le pidió realizar este documental se sintió en la obligación
moral de hacerlo “porque Arturo Ruiz, Mari Luz Nájera, los abogados de
Atocha, Ángel Almazán… son un referente ético y de compromiso para mi
generación”. Considera que es importante que el cine cuente estas
historias reales para la profundización democrática, para que la
conciliación sea auténtica, para que la sociedad española y las nuevas
generaciones conozcan su historia reciente para evitar que situaciones
tan trágicas se repitan.
En esa línea, en 2009 rodó Septiembre del 75, sobre los
consejos de guerra sumarísimos que concluyeron en los últimos
fusilamientos del franquismo, y también sus dos últimos trabajos Lo posible y lo necesario, sobre Marcelino Camacho, Josefina Samper y el movimiento obrero en el franquismo y la Transición, y Luis Cernuda, el habitante del olvido.
También escribió un libro que, con raíces en la República, habla de
los jóvenes y no tan jóvenes que luchaban por acabar con la dictadura,
que se organizaban, que militaban, que devoraban libros, que se
instruían, que debatían, que se divertían y se amaban, que arriesgaban
sus vidas y se las arrancaban de cuajo, que trabajaban por un mundo
libre justo y mejor. El libro se llama El vuelo de las hormigas aladas.
Aquellos jóvenes era las pocas hormigas que eran capaces de volar.
Enfrente tenían a quienes se resistían a la democracia y a quienes se
iban tejiendo trajes de corte aperturista con los que seguir controlando
el régimen. El libro acaba con el asesinato de Arturo y Mari Luz. Justo
donde empieza este documental. A menos de 100 metros de donde mataron a
Arturo, el pasado 23 de enero se proyectó la premier de Las armas no borrarán tu sonrisa, una película que inicia su recorrido por las salas de cine.
GEMA DELGADO: Han pasado ya 47 años de aquella semana negra en la que se llegó a amenazar con una noche de los cuchillos largos. ¿Por qué esta película ahora?
ADOLFO DUFOUR: Esta película es de Manuel Ruiz. Quería que hiciera un documental acerca de la semana negra y
de todas aquellas personas, mayoritariamente jóvenes, que creyeron que
había que conquistar las libertades democráticas y lucharon por la
democracia en la Transición. Acerca de quienes perdieron la vida
víctimas de aquella represión tremenda dirigida desde el Ministerio de
Gobernación de la época y secundada por la policía, por los agentes de
la Brigada Político Social, pistola en mano, y por los miembros de la
ultraderecha que estaban, si no infiltrados completamente en la policía,
sí ligados a ella.
Todas aquellas víctimas de la represión han sido olvidadas. Y son a
ellas a quienes debemos la democracia. Desde los cenáculos del poder es
fácil hacer concesiones, en teoría democráticas, pero los que lucharon
por la democracia lo hicieron en las calles, en las fábricas y en la
aulas. Y a esa gente se le debe rendir homenaje.
El discurso oficial de la Transición no reconoce a esas víctimas, que
fueron muchas. Hay un entramado de diferentes poderes que han impedido
que personas como Manuel Ruiz o Ángel Almazán, entre otras muchas,
encuentren respuestas a su petición de verdad y de justicia. La película
habla por sí misma respecto a todo lo ocurrido.
G.D.: Es una película sobre la memoria robada y la lucha contra el olvido. ¿A qué público va dirigida?
A.D.: Cuando Manuel me pidió hacer esta película yo
le dije que sí, pero que tenía que ser una película dirigida al más
amplio público posible, a todos los públicos. En este país hay una
historia oficial, pero también hay una historia complementaria, tan
verdadera o más, que está basada en documentos contrastados. Es la
memoria que se ha querido ocultar y que contradice esa edulcorada
versión de lo que ocurrió. Es más cómodo pensar que desde arriba, desde
el poder, se hicieron unas concesiones al pueblo para instaurar la
democracia cuando la realidad es que hubo mucho sufrimiento para
conquistarla.
Y eso también se aplica a las nuevas generaciones, incluso en
política, que muchas veces no valoran lo que costó conquistar las
libertades democráticas. Y eso lo consiguió la gente de abajo, que salió
a la calle, que se movilizó en sus centros de trabajo y de estudios, y
que son los grandes olvidados y se merecen el derecho a un
reconocimiento. Tienen derecho a que la justicia castigue a los asesinos
y a que la sociedad española les reconozca que gracias a ellos tuvimos
las libertades políticas, más o menos restringidas, de las que gozamos
ahora.
También hace falta rescatar de la historia olvidada la labor
impagable que hicieron los abogados de Atocha, militantes del Partido
Comunista de España y de CC. OO., y los abogados de otros despachos
laboralistas de la ORT, de Bandera Roja, del MC… Hicieron una labor
inconmensurable para defender los derechos de los trabajadores que no
está reconocida.
G.D.: Hicieron que la Transición fuera más allá de lo que hubiera sido si no se hubiera peleado.
A.D.: Sí. Quisieron tutelar la Transición. Y ahí
estaba Estados Unidos y Kissinger detrás. Querían un partido comunista
proscrito. Y todas esas personas que lucharon en la calle lograron que
la Transición fuera un poco más allá de lo que los poderes fácticos
querían conceder pero también menos de lo que se pedía, que hubiera
habido unas libertades democráticas reales en su totalidad, que se
hubiera elegido la forma de Estado, que se hubiera permitido votar entre
monarquía y república, y que de alguna manera se hubiera hecho un
Estado acorde con aquel que fue suspendido porque no hay que olvidar que
el Estado constitucional era la República y que fue un golpe de los
militares al servicio de las jerarquías y de los grandes poderes
económicos quien truncó la democracia. Se pedía una ruptura democrática
en la que los derechos de los trabajadores fueran más allá, que hubiera
más justicia social. De todas formas lo que se consiguió fue muy
importante. No se puede infravalorar. Y costó muchas cosas, costó muchas
vidas y mucho sufrimiento. Y es por eso que hay que reconocerlo.
G.D.: Imagino que entre el público que se sienta en las
butacas habrá mucha gente del «yo estuve allí», pero también, con un
gran salto generacional, jóvenes que nunca oyeron hablar de esto. ¿Cómo
crees que la van a recibir?
A.D.: El problema de las últimas generaciones es que se les ha
hurtado la realidad de lo que pasó. Creo que tienen que estar muy
interesados porque sólo han recibido un discurso, el de que la
democracia se gestó desde arriba, y no es cierto. Hay que conocer toda
la historia. Eso hará de este país un país mejor. Cuando a las nuevas
generaciones, como ya pasó con otras películas, les ofrece la
información, la reciben y la analizan. El conocimiento siempre agranda.
Como dijo el documentalista norteamericano Ken Burns, la historia del
presente es saber lo que ocurrió en el pasado; el pasado construye el
presente y cimienta el futuro. Eso es fundamental para no ser atrapado
directamente por las garras del sistema.
Sectores de la izquierda que desprecian la Transición tienen que
conocer cómo fue, lo mucho que costó y lo mucho que se consiguió. Se
quería haber logrado mucho más pero en ese momento no fue posible. Quizá
el ejército, la judicatura, todos los poderes que sostenían el régimen
anterior eran excesivamente potentes. Eran terribles. Alejando Ruiz
Huerta, superviviente de Atocha, cuya vida es un ejemplo, tiene un
discurso muy clarificador de todo lo que ocurrió.
Y también es cierto que mientras cierta gente peleaba otra era más acomodaticia y no se movía.
La reforma al final se instauró y silenció todo lo alternativo. Las
clases dirigentes querían seguir controlando el poder. El resultado es
que la judicatura es la misma, el Ejército ha seguido teniendo el poder,
las jerarquías económicas y las grandes empresas fueron las mismas… No
se pudo romper con el régimen. ¿Por qué? Esa es la gran pregunta.
Conocer la historia es muy interesante porque se puede aplicar al
momento actual.
G.D.: Hablas de las víctimas pero también de los responsables
de aquella represión del régimen contra el que se luchaba. Tanto de las
fuerzas del Estado como de esa internacional negra, con mercenarios
ultraderechistas trasnacionales al servicio del Estado. ¿Qué pasó con aquellos responsables de todos estos asesinatos?
A.D.: La mayor parte de estos asesinos nunca fueron juzgadas. Todos
se escaparon. Los policías que mataron a Ángel Almazán o a Mari Luz
Nájera nunca fueron juzgados. Se reprimía cualquier tipo de
reivindicación obrera y se mataba a los trabajadores que salían a
manifestarse. Y se hacía desde la impunidad.
Todo eso quedó sin castigo. En las últimas declaraciones que publicaron los periodistas de El País,
que han hecho una labor estupenda, el propio asesino de Arturo, José
Ignacio Fernández Guaza confiesa que, tras el asesinato de Arturo, la
propia Guardia Civil le dijo que se marchara de España. Y de hecho él
estuvo en el cuartel de Guernica, y allí le envió la familia dinero, de
forma que estaban apoyados por los aparatos del Estado. Es el tema que
se lleva a los tribunales argentinos y lo que defienden los hermanos de
Arturo Ruiz y de Ángel Almazán, que estos crímenes fueron de lesa
humanidad, es decir, que detrás de ellos no estaban personas aisladas,
sino que los autores estaban ligados con el aparato del Estado y que
además estaban dentro de una operación, que ellos sostienen que era la
operación Gladio, que estaba financiada por la OTAN y la CIA para que
los grupos comunistas no pudieran ser influyentes en Europa. En Italia
se demostró. En España aún está por demostrar y es lo que indaga el
libro de Carlos Portomeñe La matanza de Atocha y otros crímenes de Estado y denuncian los hermanos Ruiz.
G.D.: A la hora de recuperar la historia y
de poner a cada uno en su sitio, hablas de dos personajes fundamentales
en el régimen de la tan bien vendida «modélica» Transición, como Rodolfo
Martín Villa y Manuel Fraga, a la sazón, uno de los padres de la
Constitución.
A.D.: Eran personas que provenían del franquismo y
que ocuparon cargos muy relevantes. Fraga era aperturista pero en el año
63 participó en toda la propaganda que se hizo contra Julián Grimau,
dirigente del PCE al que tiraron por la ventana y fusilaron. Fraga le
hizo una campaña absolutamente calumniosa para justificar su ejecución. Y
Martín Villa también tiene un largo historial. Eran personas que
provenían del régimen, e independientemente de que tuvieran ideas de
evolución democrática, vieron que el régimen se había acabado y que
tenía que evolucionar, con lo que se enfrentaron a sectores aún más
involucionistas, pero querían controlar este proceso para que no se les
fuera de las manos y que realmente las libertades democráticas que se
establecieran no cuestionaran nada. Y, como dice Oscar Alzaga, de
democracia cristiana, que se integró en UCD con Martín Villa, lo que
querían era su supervivencia política. Y controlaron el proceso a sangre
y fuego. Hubo mucha violencia institucional en la época de la
Transición. Se ha ocultado y es lo que las personas que salen en el
documental han querido denunciar.
G.D.: En el documental se refleja la impotencia, la pérdida
de confianza en la justicia, en las fuerzas de seguridad, en quienes
dirigieron la Transición, pero también habla de relevo, de futuro y de
esperanza de la mano de las hijas que aquellos jóvenes no tuvieron la
oportunidad de tener, y con las que finaliza la obra. Por qué le has
querido dar ese final.
A.D.: Las hijas que no tuvieron es una performance
escrita por Carlos Olalla que yo he incorporado a la película porque me
parecía importante que hubiera una esperanza, porque todas las víctimas
de la Transición tenían unas esperanzas. Eran jóvenes que murieron por
la represión al reivindicar un mundo diferente. No sólo demandaban
democracia y libertades políticas y sindicales, también luchaban para
que hubiera más democracia económica, para que no hubiese pobreza, para
que todo el mundo tuviera derecho a la sanidad, a la educación, a la
paz.
Entonces, representar a través de estas chicas jóvenes, todo aquello
por lo que lucharon sus hipotéticos padres, me parecía importante.
Inspirándome en la placa de Arturo escribí dos personajes: Verdad y
Memoria, que de una manera abstracta representan el pensamiento de toda
aquella generación de utópicos que se dio en los 70 y 80 que pensaban
que se podía mejorar el mundo. Ahora también hay jóvenes que quieren
cambiar la situación de este mundo que es cada vez más voraz, más
codicioso, donde sólo vale el dinero, el dinero y el dinero. Jóvenes que
quieren unas relaciones sociales y económicas más justas, más
equitativas, más democráticas.
El documental acaba con el personaje de la Memoria, que interpreta
Gloria Vega, que es una actriz excepcional, como Susana Martins, que
interpreta la Verdad, y que dan esa esperanza de futuro cuando acaba con
la frase del poeta recordando que nuevos seres anónimos recogerán su
legado allí donde los otros sucumbieran.
Hay que dar esperanza porque estas sociedades tienen mucho potencial y
la gente buena es muy mayoritaria respecto a la gente mala. Hay que
confiar en la bondad de la sociedad para transformar las cosas y, sobre
todo, en la mirada hacia los semejantes. Esta sociedad tiene que mirar
más hacia el otro. Saber del otro. Dejar el individualismo que nos entra
a través del sistema. Tener una mirada sensible hacia los semejantes. Y
esto es lo que representa esta generación con ese final más optimista,
que es lo que se merecen todas la víctimas que murieron precisamente por
dejar ese legado." (Gema Delgado, Mundo Obrero, 03/03/24)